Cómo advertir a niños niñas y adolescentes sobre los riesgos en Internet

Por Eduardo Peduto

Cuando comenzamos nuestra tarea, allá por 2009, una de nuestras preocupaciones fue cómo capacitar a nuestros pibes y pibas ( la forma lingüistica informal que en la Argentina usamos para referirnos a estos tempranos grupos etarios) sobre el uso correcto de las nuevas TIC’s, especialmente en relación a la preservación de la intimidad y la privacidad.

Uno de nuestros focos de atención, en esa dirección, fue en las escuelas como una de los espacios fundantes de la socialización y la subjetivación en el sistema educativo. Una parte del sistema que -y no creo equivocarme al decir que nuestro país no es la excepción- es muy cerrado y, en líneas generales, de divorcio entre la lógica del funcionamiento interno y la realidad externa.

El primer factor al que nos enfrentamos -y en el que debimos aguzar el ingenio- era como suturar la brecha entre el conocimiento que tenían educadores y educandos sobre las TIC’s. Una brecha que iba en dirección contraria al resto de los conocimientos puesto que,  en líneas generales, era mayor la presteza que tenían los educandos en la materia. Lentamente pudimos ir equilibrando -en los lugares a los que pudimos acceder- esta brecha. También, y en un sentido equivalente, fue nuestra intención que padres y madres participaran de la experiencia para, de esa manera, ejercer la legítima tutela sobre usos y contenidos de sus hijos e hijas en su navegación por Internet.

Pero, con el paso del tiempo, la situación se fue complejizando: ya no resultaba tan sencillo el papel de los docentes y, menos aún, la buscada tutela de madres y padres. ¿Por qué? Porque el avance vertiginoso y geométrico de las TIC’s -un ejemplo acabado es la incorporación a los teléfonos celulares de las aplicaciones vinculadas a Internet- determinan que toda planificación que se quiera realizar debe ser sumamente flexible y de constante actualización para que no se torne anacrónica. Y entonces tomamos una decisión: que quienes sean el soporte activo de esta capacitación y formación sean los y las jóvenes de nuestro equipo. Ello por dos razones: la primera, que sus propios usos y costumbres los acercan a la lógica de los denominados nativos digitales; la segunda, que están mucho más capacitados para comprender e interactuar con los códigos informales de estos segmentos etarios. La experiencia nos demuestra que resulta contraproducente que seamos quienes ya superamos los 50 años de edad quienes nos transformemos en los interlocutores de los pibes y pibas porque el marco axiológico que poseemos unos y otros muestra profundas divergencias.

Entre estas divergencias, una de las más destacadas, es la diferente noción que tenemos sobre los términos privacidad e intimidad. Los paradigmas -por supuesto no sólo en este terreno- han mutado de forma significativa. Y me arriesgaría a sostener que hoy debemos convivir con paradigmas “móviles”. A ello debemos sumarle o, mejor aún, integrar en esta problemática cierta noción extendida que asocia exposición con éxito. A ello no son ajenos sino que más bien contribuyen a consolidar esta falacia los medios concentrados de comunicación social.

Para terminar quiero contar tres anécdotas que grafican de manera acabada la agudeza con que debemos encarar el uso responsable de los datos personales y los riesgos que se corren al no tener en cuenta esta práctica.  Aspectos todos que tienen que ver con la cosmovisión de los pibes y pibas. La primera de ellas tiene que ver con una experiencia que tuvimos en una escuela primaria (en la Argentina se denomina así a los primeros años de formación que van entre los 6 y 12 años) con pibes y pibas de los últimos años (11 y 12 años). Estábamos hablando sobre el “grooming” y la cuestión de los perfiles falsos como una de sus características. Era algo que les sonaba un tanto abstracto. Fue ahí que se nos ocurrió recurrir a un elemento didáctico improvisado: preguntar cuántos de ellos y ellas tenían su propio Facebook a lo cual la mayoría (eran unos 40 pibes) respondió que sí. Eso nos sirvió para demostrarles que si ellos habían logrado construir un perfil falso -mintiendo sobre su edad- que pensaran lo que podía hacer cualquier persona que no tuviera la pícara intención que ellos habían tenido sino la decisión de causar daño a terceros. Las otras dos anécdotas, en una escuela primaria diferente a la anterior,  nos ilustra sobre la cosmovisión de que hablábamos. Después de la exposición de nuestros compañeros se les ocurrió a éstos -para verificar el grado de comprensión sobre lo expuesto- formular dos preguntas: la primera, vinculada con la descripción de los distintos elementos que configuran los datos personales. Surgieron varias respuestas correctas pero faltaba que mencionaran una de los principales: el nombre. Se les señaló entonces que falta algo esencial, algo que tenemos todos. La respuesta fue: el celular.

La segunda pregunta consistió en que definieran -se había expuesto de manera sencilla al respecto- que era Internet. Una piba levantó la mano y afirmó resueltamente: ¡Internet es la vida!.

Quiero quedarme con esta última expresión para graficar los desafíos que enfrentamos a la hora de capacitar a nuestros pibes y pibas sobre el uso responsable de sus datos personales en este mundo virtual tan a la mano pero, a la vez y valga la contradicción, tan inasible.